Es hora de
crear algo. Fueron las primeras palabras que se le ocurrieron. No sabía
exactamente porqué ni qué quería hacer pero sabía que debía seguir a su
instinto joven, ávido de experiencias nuevas y de sentir esa satisfacción de
crear una obra. Pasaban las nueve de la noche y a pesar de que empezaba a
adormilarse, no dudó en que un momento así se debe aprovechar.
Antes de
eso, estaba leyendo. Realmente disfrutaba de ese libro, por lo menos más que el
anterior y tal vez también que el anterior a ese. Pero ahora lo que le importaba
era ser creador.
Se levantó del sillón donde estaba acurrucado de forma transversal, con las piernas recostadas sobre un respaldo para brazos y la espalda incómodamente recargada sobre el otro. Cerró el libro que traía entre manos, “Un mundo feliz” de Adolf Huxley, y se dirigió a su habitación que estaba cerca a unos 3 metros a lo mucho.
Su hermano dormía con las luces apagadas y un ejemplar del Código Penal Mexicano bajo una mano. Entró y prendió la lámpara que se encontraba en su escritorio morado de madera. Su laptop estaba cerrada y solo tuvo que levantar la pantalla para encenderla. No sabía realmente que iba a escribir pero sabía que se le ocurriría algo. Las palabras se esculpieron una por una y sin mucho esfuerzo. Al parecer era un hecho que se trataba de un momento de inspiración.
“Es hora de
crear algo”, fue la primera frase que escribió.